Los rumores no se evaporan

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Comportamiento moral

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Poner palos en las ruedas

Poner palos en las ruedas

Enrique Pallarés Molíns

Doctor en Psicología. Profesor emérito de la Universidad de Deusto

Publicado en El Correo y en El Diario Vasco. Domingo, 30 de abril de 2013

El dicho «Poner palos en las ruedas» de alguien es un proverbio antiguo y no solo español. Lo representó en el siglo XVI el pintor holandés Pieter Brueghel el Viejo, en un óleo sobre tabla titulado «Los proverbios flamencos», que incluye en una compleja y colorida escena otros proverbios, algunos empleados todavía en la actualidad.  

«Poner palos en las ruedas» de alguien significa poner dificultades importantes en la actividad de otra persona o institución para impedir que alcance sus objetivos o dificultar su avance hacia ellos. Aunque claramente egoísta, este tipo de comportamiento tiene una explicación, pero no justificación ética: al obstaculizar o impedir el progreso del que es percibido como rival en la carrera, por comparación, uno sale favorecido. Porque las comparaciones sociales resultan inevitables hasta cierto punto, pues responden a la tendencia a evaluarnos por comparación con otras personas.

Si al compararse con otra persona, sea en un aspecto concreto o en general, el resultado es desfavorable, una reacción posible –la más sana– es reconocer ese resultado desfavorable, aceptarlo y activar el deseo sano de superación. Pero también es técnicamente posible intentar salvar la ventaja del que se percibe como competidor con acciones encaminadas a obstaculizar su progreso, es decir, «poner palos en sus ruedas» para evitar que avance, aunque con ello se produzca una avería en el carro, incluso un destrozo fatal.

Son varias las referencias a esta frase cuando se escribe en un buscador de internet. Políticos de diferente signo acusan a sus adversarios de «Poner palos en las ruedas», aludiendo a acciones que consideran poco limpias en la actividad política. La ciudadanía advierte también esta fea y reprobable costumbre de «Poner palos en las ruedas» del otro, tanto en los que son acusados de saboteadores como en los que lanzan la acusación sin reconocer su propia falta («Ver la mota en el ojo ajeno…»); incluso añadirá con indignación todavía más ejemplos.

En lugar de la cooperación o de practicar una competición limpia y noble, y siempre teniendo como fin el bienestar de la comunidad, se opta con frecuencia por poner zancadillas al competidor. El caso es ganar, para alimentar o inflar la autoestima individual o del grupo, aunque la estrategia se limite a que otros pierdan, a reducir o aniquilar al adversario. «Si el otro pierde, yo gano»; un mérito hueco y perverso. Si las zancadillas en el fútbol llevan aparejada la tarjeta roja, en la vida social son las personas quienes deben actuar de árbitros y no dejar impune el juego sucio.

Poner palos u obstáculos a proyectos y actividades de otras personas resulta por desgracia comprensible, si apelamos al lado oscuro de la naturaleza humana, aunque nunca justificable. ¿Pero cabe pensar que uno ponga palos en sus propias ruedas, que sea uno mismo quien dificulte o impida alcanzar una meta propia? Varios tipos de comportamiento prueban que la respuesta a esta pregunta es afirmativa. Crear obstáculos, sin advertirlo conscientemente, que impiden o dificultan conseguir determinados objetivos propios. Esos obstáculos pueden ser de varios tipos: no esforzarse («Prefiero que me llamen vago que tonto»), no dormir lo necesario, procrastinación, consumir una droga, etc.

¿Por qué se ponen estos obstáculos? ¿por qué uno llega a poner palos en las propias ruedas? Los profesores Edward Jones y Steven Berglas publicaron hace más de treinta años un artículo pionero en el que ofrecieron una explicación de este tipo de conductas, a primera vista incomprensibles. Es la estrategia del autoperjudicarse (self-handicapping). Aunque no son los únicos, los contextos de logro académico y deportivo ofrecen ocasiones de amenaza para la autoestima.

Ese impedimento hace menos probable la buena ejecución, pero a cambio, protege la sensación de competencia. «El resultado no ha sido bueno porque no me esforcé los suficiente», «He tenido éxito a pesar de que las condiciones no eran favorables». Así me percibo como competente y mantengo o aumento una autoestima, aunque un tanto precaria.  

Poner palos en las ruedas ajenas o en las propias, es decir, obstaculizar el avance de los demás o perjudicarnos a nosotros mismos. Una muestra de los pobres ardides que a veces se utilizan para mantener la autoestima, pero una práctica contraproducente y sin sentido. En lugar de poner palos en las ruedas, ajenas o propias, es preferible y necesario no dañarlas, incluso engrasarlas y cuidarlas, para que así avancemos hacia una sociedad integrada por personas con una autoestima sana y solidaria.

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Leer libros para vivir más y mejor

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Tiempo de incertidumbre

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¿La Psicología es una ciencia de verdad?

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La felicidad y el dinero

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La importancia de lo que pensamos en la ira

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Incertidumbre

Incertidumbre

Enrique Pallarés Molíns

Doctor en Psicología. Profesor emérito de la Universidad de Deusto

El Correo. Domingo, 5 de marzo de 2023

La incertidumbre es una experiencia inseparable de la vida humana. Sabemos lo que nos ocurrió ayer, pero desconocemos lo que nos ocurrirá mañana. La historia de la ciencia es, en realidad, la aventura humana para disolver la incertidumbre y lograr certezas firmes. Su esfuerzo no ha sido inútil, pero todavía pesa más lo que desconocemos que lo que conocemos.

Ni la bola de cristal ni el horóscopo revelan, de modo fiable, lo que ocurrirá en el futuro. Por mucho que nos esforcemos no lograremos conocer con absoluta certeza lo que nos ocurrirá mañana. Estamos expuestos, de forma continua, a lo inesperado. En el mundo actual, globalizado e interconectado, los problemas de un lugar provocan o exacerban el sentimiento de incertidumbre en todo el planeta.

El escritor, ya clásico, de la literatura de terror H. P. Lovecraft reconoce en un ensayo que el miedo es la emoción más antigua y la más fuerte, y que el miedo más antiguo y el más fuerte es el miedo a lo desconocido. Varios psicólogos han probado que el miedo a lo desconocido es, posiblemente, el componente principal de la ansiedad patológica. Con alguna excepción, como ante las novelas y películas de misterio, rechazamos lo desconocido y queremos, por encima de todo, saber lo que va a ocurrir.

Y es que la intolerancia a la incertidumbre afecta de forma radical al ser humano. Incluso se ha localizado una zona del cerebro relacionada con el miedo a un futuro incierto: el núcleo estriado, que también se relaciona con los trastornos de ansiedad. En los estudios realizados por el profesor Justin Kim y sus colegas, se comprobó que el núcleo estriado, y no otras zonas del cerebro, era de mayor volumen en aquellas personas, sin patología, con puntuaciones más altas en un cuestionario de intolerancia a la incertidumbre.

Así, pues, el grado de intolerancia a la incertidumbre no es el mismo en todas las personas. Aquellas con alto grado de evitación de la incertidumbre muestran una intolerancia a la ambigüedad, a la vez que muestran una necesidad de normas o reglas claras, que no dejen espacio para la duda. Cuando la evitación de la incertidumbre alcanza un grado elevado se muestra en una fuerte tendencia a adherirse a lo ya sabido o aceptado socialmente. Esto puede conducir a posturas extremas o radicales, por ejemplo, en lo ideológico, en lo político o en lo religioso.

Estas personas necesitan de forma llamativa la validación de sus opiniones y decisiones. Muestran también una búsqueda excesiva de seguridad al tomar decisiones y con frecuencia evitan delegar tareas en otras personas, pues no están seguras de que, salvo que las realicen ellas mismas, se realizarán correctamente. También es probable que practiquen la procrastinación, el dejarlo para mañana –…o para nunca–, como paliativo de la incertidumbre.

En el otro extremo se encuentra la orientación o tendencia a aceptar, e incluso a buscar, lo incierto, propia de las personas que buscan nuevas ideas y nueva información. Prefieren explorar y descubrir a simplemente a aceptar pasivamente o acatar lo ya sabido y establecido. 

Para la mayoría de las personas la dificultad mayor está en lograr evitar la sensación de incertidumbre, que erosiona el bienestar personal. Por supuesto, no hay una fórmula mágica para conseguirlo y el ignorar el problema o adoptar un estilo de vida superficial y evasivo no lo resuelve, sino que lo agrava.

Por el contrario, comenzar por aceptar la sensación de incertidumbre es la mejor o la única vía de solución. Y, además, aunque suene a truismo, actuar ‘como si’ fuera uno tolerante a la incertidumbre, pues el cambiar la conducta ayudará, sin duda, a modificar la forma de pensar y de sentir sobre la incertidumbre.

Fantaseamos el futuro como peor de lo que suele ser. Decía con su habitual ironía y penetración Mark Twain: «He tenido muchas preocupaciones en mi vida, la mayoría de las cuales nunca ocurrieron». Tomando la imagen del pensador libanés Nassim Taleb, los cisnes negros, es decir, los acontecimientos del futuro impredecibles no siempre resultan negativos; tras la Gran Guerra, Fleming descubrió la penicilina. Centrarse en el presente es la mejor forma de sanar el pasado y de prepararse para el futuro. Equiparse con las fortalezas interiores (autenticidad, gratitud, amor…), resistentes al sunami más potente, es mejor que vivir –si eso es vivir– angustiado por la sensación de incertidumbre. En fin, se trata de ampliar nuestra zona de confort, ese espacio limitado donde nos sentimos seguros y al socaire de la ansiedad, para afrontar experiencias nuevas y crecer como personas.

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El importante papel de la proximidad en la atracción interpersonal

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