Síndrome de Estocolmo

Una variedad o manifestación del mecanismo de Identificación, muy frecuentemente citada y estudiada, es la Identificación con el agresor. Esta expresión fue elaborada por el psicoanalista Sandor Ferenczi, y posteriormente utilizada también por Anna Freud, aunque con un significado algo diferente. Un ejemplo ya clásico de Identificación con el agresor es la conducta de algunos de los internados en los campos de concentración nazis, según la descripción del famoso y controvertido psicoanalista Bruno Bettelheim, que estuvo interno durante un año en los campos de concentración de Dachau y de Buchenwald. Según Bettelheim, algunos de aquellos internos hablaban y se comportaban como sus guardianes o vigilantes, también abusaban de sus compañeros, guardaban trozos de restos de los uniformes de los SS, etc. Comportamientos que no podían explicarse solamente por el deseo de congraciarse con sus verdugos. Observaciones parecidas se realizaron también entre los prisioneros de la China comunista durante la Guerra de Corea, así como en otros grupos de personas sometidas a abusos extremos. Es tipo de reacciones paradójicas se interpretan como un mecanismo de defensa de Identificación del débil con el fuerte. De alguna manera, sería una respuesta a la recomendación «si no puedes pegarle y ganarle, únete a él y sé como él». Otra manifestación más conocida es el llamado síndrome de Estocolmo.

La denominación síndrome de Estocolmo proviene de lo ocurrido en el atraco al Kreditbanken de Estocolmo, en agosto de 1973, en el que dos fugados de la prisión retuvieron a cuatro empleados durante varios días. Los cuatro secuestrados expresaron y manifestaron con su conducta que habían establecido cierto vínculo afectivo con sus secuestradores. Esta expresión síndrome de Estocolmo y sus sinónimos «vinculación traumática» o «vinculación de terror», se utiliza para describir un conjunto de sentimientos y de comportamientos positivos de la víctima hacia su secuestrador o abusador, acompañados de sentimientos negativos hacia la familia, amistades y policía [164]. A ello se añade en algunos casos una actitud favorable hacia las razones y puntos de vista del secuestrador-abusador y señales de lealtad, sin tener en cuenta el peligro. Es como si se hubiera establecido un vínculo afectivo o, en términos psicodinámicos, se hubiera producido una Identificación con el agresor.

Al explicar el proceso desde la víctima, en primer lugar, se aclara que, además de aterrorizada, queda infantilizada. De este modo, experimenta un alivio, como el niño, cuando se le da de comer, se le permite ir al baño, etc., hasta llegar a la gratitud por permitirle seguir con vida. Así, el secuestrado puede llegar, dentro del proceso de defensa psicológica, a negar, reprimir u olvidar que el secuestrador es el origen de su dolor. Por el contrario, comprueba que le permite seguir con vida, le da de comer, le permite comunicarse e ir al baño, etc.

El que las autoridades no accedan a las demandas, intenten asaltar el lugar, etc., con riesgo de su propia vida, ayuda a que el secuestrado las perciba como un enemigo; actitud que, evidentemente, comparte con los secuestradores. En este contexto de terror, aislamiento e infantilización, la actitud del secuestrado hacia el secuestrador puede llegar a hacerse patológica y a surgir el agradecimiento, la admiración, la vinculación y Identificación con él. Si las circunstancias de edad y sexo de secuestrador y secuestrado lo propician, puede surgir una relación romántica (Patty Hearst, hacia Cujo, del Ejército Simbiótico de liberación; Kristin hacia Olafson), o de tipo paterno filial.

Sin embargo, una revisión de las pocas investigaciones sistemáticas realizadas sobre esta experiencia llega a la conclusión de que no existen comportamientos tan convergentes o semejantes, como para hablar de «síndrome» y que la expresión «síndrome de Estocolmo» responde más a la homogeneidad que se encuentra en los casos informados por los medios que a un análisis riguroso del conjunto de los casos de secuestro [164]. Sin embargo, la expresión «síndrome de Estocolmo» ha tenido éxito y se aplica, por extensión, a las reacciones de algunas víctimas de violación o maltrato, niños abusados sexualmente, miembros nuevos de sectas, víctimas de relaciones intimidantes de pareja, prisioneros de guerra o de campos de concentración, etc. Incluso se ha generalizado también un uso, metafórico, para referirse a la identificación con el partido dominante, o con el poder, de personas o grupos que en principio discrepaban –y que deberían discrepar según los que aplican la expresión–, pero que se acomodan e identifican con el que ostenta el poder.

(Tomado del capítulo 14 del libro Los mecanismos de defensa. Cómo nos engañamos para sentirnos mejor, de Enrique Pallarés Molíns (Ver sección Mis libros de este blog). En este capítulo se explica el mecanismo de defensa de identificación, una de cuyas manifestaciones es la identificación con el agresor)

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Una respuesta a Síndrome de Estocolmo

  1. Anonimous dijo:

    ¿Todo vale para la supervivencia?
    Y cuando te encuentras con el agresor tiempo después, ¿cómo reaccionar?
    ¿No es el perdón una forma de sindrome de Estocolmo para suavizar la tensión interior y una conducta pareja a la descrita?
    ¿No es mas sano sicológicamente evidenciar al malhechor su conducta, despreciarlo y esperar la acción de la justicia?
    ¿Qué significa en sicología mostrar la otra mejilla?¿Fortaleza o enfermedad?

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